jueves, 17 de septiembre de 2009

El predicador

Cierra el libro y mira hacia el cielo. Tanta inmensidad posada sobre tanta insignificancia. Trata de sentir la energía de Dios, y sus ojos, pelotas de leche con pigmentos azules, echan una lágrima que cae en la tierra árida.
Los árboles secos se ven hermosos en el desierto y él camina desde la iglesia de piedra hasta el pueblo. Los hombres, mujeres y niños están usando sus mejores ropas mientras que lo escuchan mirando hacia el pedestal de madera. Y detrás del él, la inmensidad del cielo es interrumpida solamente por el verdugo y la horca.
Queridos Hermanos, estamos reunidos una vez más para que Dios, el todo poderoso, nos libere de tanta crueldad. Que los que eligieron el camino del mal, que los pecadores, conozcan cual es su destino final. Que los que elegimos el camino de Dios, que nuestros hermanos, mujeres e hijos, puedan dormir tranquilos en este sendero de aprendizaje que nos llevará a nosotros, los que nos alejamos del pecado, a la luz y la gloria de nuestro salvador, el todo poderoso.
Sus ojos celestes están firmes y fijos mientras que sus palabras transforman el miedo y la angustia de los allí presentes en una euforia que fluye por sus cuerpos, como si el mismo Dios los estuviera tocando, liberándolos de una carga pesada y elevándolos por los cielos.
El verdugo mueve la palanca y un hombre cae seco como un tronco, el cuerpo se balancea levemente de un lado al otro, como si fuese un péndulo.
El predicador mira al cielo y pide porque dios nos perdone y nos libere a todos de este valle del pecado guiándonos hacia la luz.

La muchedumbre se dispersa y se cierra el telón