lunes, 21 de septiembre de 2009

Caballero del Sub mundo

Aguas turbias
Fuera del respeto
Infectadas con traición

Un ser desesperado
Levanta un arma
Por encima de su cabeza
Hundida en ese agua

Una luz divina
Lo levanta
Esta preparado
Para la matanza

Es solo eso
Y no importa el karma
Un pecho oprimido
Que intenta respirar
Reclama venganza

Vamos a ver
De que esta hecho este ser
En la tiniebla del sub mundo
Endereza su espalda

Van a ver
Después de un triste sueño
El caballero se levanta
Y el ogro, imbécil,
Gritará por piedad.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Cuerdas, carne y plomo, Introducción al predicador

El ruido de la escopeta retumba en el silencio del desierto. La ley vestida de cuero, con una estrella dorada en su pecho empieza a hacer eco mientras que tres cadáveres cuelgan y el sol se oculta detrás de las montañas. Parejas con hijos se acercan a ver el show de la justicia y la verdad. El predicador abre bien los párpados, y las dos pelotas de leche con pigmentos azul cielo leen pasajes del libro sagrado. El ruido de las cuerdas se mezcla con el del viento y los  más chicos miran con curiosidad.

La noche aparece y detrás de las cuerdas el salón esta lleno, la rockola marca pasos de baile y el clima es jovial. Pedazos de res de medio metro de largo se sirven en las mesas mientras el bourbon y la cerveza fluyen sin parar.

La Biblia y la ley del revolver
La carne cocida y el ruido de las cuerdas
Los pasos de baile y el aguardiente
El paraíso tiene un precio
El arduo trabajo
De separar las aguas

El predicador

Cierra el libro y mira hacia el cielo. Tanta inmensidad posada sobre tanta insignificancia. Trata de sentir la energía de Dios, y sus ojos, pelotas de leche con pigmentos azules, echan una lágrima que cae en la tierra árida.
Los árboles secos se ven hermosos en el desierto y él camina desde la iglesia de piedra hasta el pueblo. Los hombres, mujeres y niños están usando sus mejores ropas mientras que lo escuchan mirando hacia el pedestal de madera. Y detrás del él, la inmensidad del cielo es interrumpida solamente por el verdugo y la horca.
Queridos Hermanos, estamos reunidos una vez más para que Dios, el todo poderoso, nos libere de tanta crueldad. Que los que eligieron el camino del mal, que los pecadores, conozcan cual es su destino final. Que los que elegimos el camino de Dios, que nuestros hermanos, mujeres e hijos, puedan dormir tranquilos en este sendero de aprendizaje que nos llevará a nosotros, los que nos alejamos del pecado, a la luz y la gloria de nuestro salvador, el todo poderoso.
Sus ojos celestes están firmes y fijos mientras que sus palabras transforman el miedo y la angustia de los allí presentes en una euforia que fluye por sus cuerpos, como si el mismo Dios los estuviera tocando, liberándolos de una carga pesada y elevándolos por los cielos.
El verdugo mueve la palanca y un hombre cae seco como un tronco, el cuerpo se balancea levemente de un lado al otro, como si fuese un péndulo.
El predicador mira al cielo y pide porque dios nos perdone y nos libere a todos de este valle del pecado guiándonos hacia la luz.

La muchedumbre se dispersa y se cierra el telón

Fiera de metal negro: El final del predicador

Bajo la luz de una vela, que ilumina las cruces de madera y las paredes de piedra, el predicador se golpea la mano con un martillo una y otra vez.
- ¿Por qué lo hice, por qué? -. La mano está cada vez mas morada e hinchada y la sangre salpica y salpica a cada martillazo que pasa.
Y desde afuera la luz de la luna muestra a una figura encorvada, que grita de dolor, tambaleándose de un lado a otro.
El predicador trata de correr sosteniendo, desde la muñeca, a ese muñón hinchado y violeta que tiene por mano, mientras que a lo lejos, desde las latitudes del pueblo, se puede ver como la muchedumbre avanza con palos y antorchas. Y él, escondido detrás de un aljibe de piedra, empieza a ser acosado por todos los ahorcados. En su cabeza escucha el ruido de la cuerda soltarse una y otra vez; Crrrac, crrrac, crrrac, crrrac. Despojando a montones de almas de su cuerpo. Y las víctimas de la horca ríen a su alrededor, y le rasgan la ropa, y lo miran con odio y placer.
El predicador se levanta y corre hacia el desierto, sus ojos que siempre estuvieron tan firmes y seguros, giran desorbitadamente de un lado a otro. Y la horda de campesinos y vaqueros furiosos va detrás, y el corre desesperado hacia el otro lado hasta que ya no puede mas; cayendo en una ruta muerta, gritando que está arrepentido y que nunca lo va a volver a hacer. Pero dentro de su cabeza, y mientras que el pánico, el cansancio y el dolor lo tienen paralizado, la lujuria lo anestesia, el no puede pensar en otra cosa mas que en el placer de ese acto, de esa perversión que lo llevó a donde está ahora.

Un cadillac negro aparece desde la oscuridad y a toda velocidad, el predicador se agacha aun mas y el descapotable lo pasa por encima, enganchando sus hábitos en el para golpes y arrastrándolo a ciento setenta kilómetro por hora. Su rostro se toca contra el pavimento, raspándolo, arrancándole la piel, la carne y finalmente rayándole el cráneo hasta que se suelta, dejando que las ruedas traseras de esa fiera de metal negro le quiebren las piernas, dibujando tras él una estela de sangre.
Los hombres y las mujeres se acercan, las antorchas iluminan una mezcla grotesca de huesos, sangre y carne viva. Y ante semejante horror, ninguno parece saber que sentir o que pensar.

Las luces rojas del cadillac se pierden en la oscuridad, se cierra el telón.

El último vaquero

Cayendo voy
Hacia el suelo
Un whisky más
En mi interior

Yo soy el que
Alguna vez
Quiso ser libre
En su prisión

Mi padre fue
Una maldición
Y su ley
Una ilusión

Cayendo voy
Hacia El suelo
Un whisky más
En mi interior

Mi padre fue
Una ilusión
Y su ley
Mi maldición


Estoy tirado
Probando mi propia sangre

Y quizá en otra vida
Lo pueda entender

Estoy en el suelo
Brota mi propia sangre

Y quizá luego
Lo pueda entender