domingo, 5 de septiembre de 2010

Caminos de riel

Ahorré el dinero suficiente trabajando y mientras espero el tren, con un bolso chico en mi espalda, mis manos vuelven a temblar. Empiezo a comprender un poco tarde, o a tan solo ver aquella dimensión de mí ser. De todos modos todo fue inevitable desde el simple punto de vista de que ya pasó. Uno nace con cierta naturaleza dentro quizá, pero eso ya no importa realmente.
Tengo un camino seguro ahora, de eso no me puedo quejar, compré un boleto incierto, y desde alguna lógica puedo ser prisionero y desde otra quizá me sienta más libre que nunca. Claro que el razonamiento es algo que al final acaba siendo débil; Todo se resigna a un par de caminos, un par de voces y la decisión debe tomarse de una vez y de manera sólida para callar esas voces y liquidar el asunto. Y es que la duda es un compañero malicioso que tortura las mañanas con su latido constante y la fantasía es la droga que la oprime momentáneamente.
Puedo ver afuera de mí a la gente que camina a mí alrededor; Hombres, chicos, jóvenes. Algunos con gorra y pantalones anchos, mirando como reyes de una hostilidad sombría que los acompaña en su espalda. Otros más viejos, con los ojos reventados, una mirada que carga cierta hostilidad de condena. Algunas chicas y chicos también, de todos los tipos, las clases y los colores, viviendo realidades paralelas en un mismo escenario, cada uno con su pantalla verde detrás, proyectándoles lo que necesitan y lo que les enseñaron a ver. Y el mundo escénico de las miradas es un claustro para cualquiera que pueda percibirlo, donde no hay lugar inmediato para la inmensidad del espacio ni para la profundidad incomprensible y compleja de la mente y el corazón humanos. Como si la realidad limitada de los sentidos nos tuviera concentrados en un hilo fino, insignificante y sólido, alrededor de un vacío inmenso, enorme, que nos negamos a percibir y que solo por eso es oscuro e invisible.
El tren llega, todavía me queda una hora hasta que salga de todos modos. Me pregunto en que quedarán mis lugares viejos; Mis amigos, mi familia, mi cuarto, mis asientos, mis pasos. Y quizá sea verdad ese asunto de las realidades paralelas, quizá en otra dimensión, posicionada en el exacto mismo lugar, otro yo siga llenando esos espacios solo porque acalló la duda con otro camino en el que le tocaba seguir en el mismo lugar, cumpliendo la misma rutina y ocupando los mismos espacios. Y siguen desfilando las personas a mi alrededor; Viajantes, trabajadores, vendedores, mendigos, pungas, todos potenciales asesinos, torturadores y de mas para mi. Pero solo lo son porque mi mente está en parte resignada a esa dimensión, apresada en la observación obsesiva de la condición mas baja del humano. Es totalmente lógico que esos seres puedan también ser vistos como caritativos, amorosos y dadivosos en potencia, aunque a fin de cuentas una cosa no necesariamente quite la otra y eso hace al humano muchas veces un misterio sombrío, oculto detrás de investiduras sociales tan limitadas que acaban siendo estúpidas, casi tan estúpidas como el que se resigna a ellas intentando cumplirlas en tiempo completo cada día y cada noche. Los veo todo el tiempo, reyes pequeños y absurdos caminando por la calle, cargando con un reino entero en sus investiduras, protegiéndolo con su mirada y su pose, debatiendo burdas copias de tácticas de guerra en sus celulares, apretando los botones con importancia y preocupación.

Ya estoy adentro, la máquina enorme y pesada sobre los rieles de metal empieza a moverse. Siempre me gustaron los trenes, tan fríos, grandes e imponentes. También humeantes y condenados a sus rieles.