miércoles, 28 de noviembre de 2012

He is Pain


He ain´t worth a dime
I guess he´s sitting there
Every time

Once in a while
Time passes by
A little cruel
But never too much

He´s turned on
But where he is
He is surrounded by porn.

He´s friends, his wife
Were burned once
In the heat of his mind

He drive´s his car
And beat the drive way
Once in a while

He lives’ in hell
His fist too long
His name is pain.

jueves, 22 de noviembre de 2012

The House Of Cards


You play the game
With some poor dolls
Try to feel big
A complete grown up
Looking like an ass

You only see one face
The one that reflect
A good look
With in your eyes

Trapped you try
Power you feel
In a very tiny room
With a poor crowd of fools

Try to see
An enourmus world
Doesn´t know anything about you

Behind those walls of stupidity
Behind your game of challenges
There is some real cool shit
That can drive your world
Out of his mind

Stop crying alone
While you laught at your croud
It won’t be longer                               
Until you need a fire gun
To hold that home
The house of cards

martes, 6 de noviembre de 2012

Give me Death!



Ice cold booze
Ice cold heart
It’s too late
So what´s to care

I’m going far
Far away and in a while
I´m sick of you
Of this and that

The same old faces
Once and again
The same old tricks
So there´s nothing to learn

My mind can twist
And I´m so glad
I´m gonna leave
Everything behind

The engine burst
The row is road
I´m stepping out
Quit beating time.

Ice cold booze
Freezing my hand
Ice cold heart
Let the engine ride.

martes, 9 de octubre de 2012

KILL ´EM!



Habíamos empezado a eso de las seis de la tarde, sentados frente a la montaña, en un bar a unos veintitrés kilómetros del centro. Había unos tablones donde te podías sentar con el resto de la gente, servían pintas de medio litro, cerveza artesanal. Cuando me encontré con el doctor hicimos la señal. Yo de un lado de la ruta y él del otro. Saludo con el ácido en la mano, luego ingesta. Tomamos una atrás de otra, alrededor de chicas alemanas y holandesas, herméticos en lo nuestro, hablando y mirando los culos de reojo. Cerca nuestro había unos borrachos altos y panzones, todos colorados, tomando alrededor de un tronco cortado, sentados en el piso, riendo y lentamente el ácido empezaba a aparecerse. Caminamos cuesta abajo a eso del atardecer. Cada paso era mas liviano que el otro, el horizonte empezaba a desfigurarse un poco. Finalmente cuando llegamos a la avenida, al lado del lago, el sol cayó y el acido subió. Haciamos dedo y nadie nos paraba, Henry Rollins nos pasó por al lado manejando un Citroen. Reíamos como idiotas en el colectivo, la noche recién empezaba, los bares iban a llenarse, el frío cada vez mas intenso dejaba de sentirse.
Caminar sin parar por el centro, dando vueltas, entramos a un bar y empezamos a tomar nuevamente, pedimos papas fritas también, como para comer algo. Y las pintas de medio litro, de una cerveza especial que tenía la graduación del vino, seguían apilándose en la mesa. Cerca nuestro cenaba una familia, yo le contaba al doctor que estaba leyendo “Los ángeles del infierno”, y que me daban ganas de romper el bar en pedazos, de secuestrar a la chica que estaba ahí sentada con su familia luego de una pelea descomunalmente violenta con el padre y el hermano. Llevarla hasta el extremo, ser envueltos por la profundidad corrosivamente etílica y libidinosa de la noche. El doctor enloquecía con las palabras y me arengaba para seguir, entre los dos estábamos casi a los gritos viendo como todo sucedía, imaginándolo mientras le echábamos unas miradas penetrantes y lujuriosas a la chica, que se incomodaba un poco, pero parecía seguirnos el juego, cosa de la dimensión del acido y el alcohol claro.
En un momento se levantó de la mesa el hermano y enfiló para el baño. Le dije al doctor que el juego empezaba, que lo iba a intimidar. Subí la escalera y entré al baño, mientras meaba me podía ver al espejo, mi cara era una berenjena morada y deforme que por momentos se volvía rojiza, mis ojos malignos, como contemplando con shock la imagen de un asesinato; el cadáver tirado, desfigurado en un sótano, la sangre brillante manchando la madera sucia y opaca, la oscuridad como una densidad verde y violeta, las paredes girando en espiral. Así que ahí quedó la cosa, claro que había un límite para todo al final. Cuando volví a la mesa me esperaba otra cerveza de esas extra fuertes y no había mas que vasos y vasos en nuestro rincón. Tomábamos con tenacidad y ritmo acelerados. Cada trago helado pasaba delicioso por la garganta y subía directo a la cabeza mientras que la cuenta se iba a un número exorbitante que no queríamos o no podíamos pagar. Así que el plan fue mas simple, “bien, no destruimos el bar ni secuestramos a la chica, ¿si?, pero nos vamos sin pagar.”
Tomamos nuestros abrigos y salimos caminando, ese era el plan, como si nada pasara. Ni bien cruzamos la puerta el doctor gritó “vamos” y salimos corriendo con todo, alejándonos lo antes posible, no sabiendo si realmente alguien nos estaba persiguiendo. De ahí entramos a otro bar, muy felices por cierto, “toda esa ingesta de arriba, tomemos unos whiskys para festejar”. Así que nos sentamos en la barra. “Los bares acá son perfectos” dije o pensé, quien sabe. Y no era más que la pura verdad: Barras de madera, un disco para tirar dardos en la pared, un desfile de grandes compañeros y compañeras etílicas dando vueltas a nuestro alrededor. Las verdades se deformaban, las personas cambiaban de color ocasionalmente, ya nos habíamos ido de lugar. Los recuerdos se volvieron borrosos. La cosa volvió a tomar forma en alguna otra instancia de la noche, en otro bar, luego de meternos un poco más de acido en la calle. El doctor hablaba con tres tipos, me acerqué a él y me gritó “son marines, son marines”. Y ahí empezó la discusión. Verborragia absoluta en ingles, desde Guantánamo hasta las dictaduras militares latinoamericanas, el guerrillero se tambaleaba, navegando por el océano verde y amarillo de la demencia, discutiendo como si de eso se tratara la vida, encajado por la situación. Y créanme que el ingles es un idioma bélico, claro que lo es, tiene esa métrica, esa cadencia que te envuelve. Siempre que escribo relatos en ingles me pasa, es un idioma hecho para la dureza, para la decadencia, caes en sus garras, y las palabras van de un lado a otro sumergiéndote vehementemente entre tipos duros y situaciones estrepitosas. Aunque no debe ser así en realidad, quizá eso me pase porque gran parte de lo que leí en ingles va por ese lado, los sucios de los bajos fondos norteamericanos, chapoteando y tambaleándose por entre los recovecos de la marginalidad en tiempos diferentes, testimonios de otra época.  
Pero volviendo a aquella situación. Vaya a saber por qué no terminamos muertos o severamente heridos. Arengué, insulté. No recuerdo mucho que pasó, el hecho es que al doctor lo habían echado del bar por alguna situación que, aparentemente o no, tenía que ver con estos sujetos. Así que como dos buenos idiotas desequilibrados los esperamos afuera. Yo sostenía una piedra en mi mano, dos se habían ido del bar, recuerdo que los perseguí a los gritos, diciéndoles que eran unos nazis o algo así, sorprendentemente corrieron en vez de romperme la cara y el cuerpo a patadas. El último salió, se puso a discutir con nosotros, vi como la piedra le desfiguraba la cara, vi como la sangre brotaba de su cien después del golpe y me asusté, reflexioné a velocidad demencial sobre el horror de la agresión, de la violencia y todas sus moralejas y consecuencias, lo hice como si estuviese descubriendo oro, algo que me avergüenza cada vez que lo recuerdo. El hecho es que inmediatamente solté la piedra y bajé el tono de la discusión. Por alguna razón éste, que era soldado del ejército más poderoso del mundo, no se había violentado. La cosa quedó ahí, el soldado estaba de vacaciones, mascando tabaco, nos ofreció y le dije que no quería que escupiera el piso, le dije que se lo trague y se tragó el tabaco. Se fue caminando, podía escuchar sus arcadas por el tabaco ingerido.
Seguimos de largo, estábamos en cualquier dimensión, menos en la conocida, ¿Donde está la culpa en estas situaciones? Y aparecería a la mañana o a la tarde siguiente, estaba negado a creer que era un idiota más, pero no podía evitar saber que, por momentos, actué como uno y de la peor manera, con la suerte de mi lado.
 En otro bar seguimos tomando, estábamos sentados afuera, Charles Bronson nos miraba desde la puerta y no podíamos dejar de reír. Llegamos a creer que sabía que nos reíamos de él, nos miraba y esbozaba una sonrisa cómplice, él sabía muy bien que era igual a Bronson y estaba vestido con botas y camisa a cuadros, toda una novedad para un patovica, si es que ese era el término indicado.
La noche terminó cuando el doctor y yo nos separamos, antes habíamos entrado a un sótano con luces negras y reggaetón a todo volumen que custodiaban unos policías. Salimos volando de ahí y cada uno hizo la suya. El pueblo transpiraba aceite de su piso y sus paredes, un gran general gris y humeante movía los hilos, todos los seres estaban conectados en un rito vertical horrendo donde los cuerpos eran maltratados y abusados, donde la perversión flotaba en el aire y se materializaba en ultrajes y violaciones. El shock y la angustia empezaron, caminaba de día, corrí a un taxi en movimiento y me subí en el asiento de adelante, quería escapar de ahí. Escuché unos gritos atrás, unas chicas me miraron, me dijeron que estaban ellas y les dije que bueno, que después yo seguía viaje. Inmediatamente pagaron y se bajaron. El taxista me miró y empezó a manejar. Me dejó cerca del lago, me tiré sobre las piedras, el aire parpadeaba epilépticamente a mi alrededor con verdes, amarillos y violetas, necesitaba bajar, quería dormir y despertarme nuevamente en la dimensión de siempre, todo esto tenía que terminar.  
Y así fue, a las pocas horas me desperté arruinado, me esperaba afuera una camioneta con dos instructores de parapente. Mientras subíamos montaña arriba uno de ellos me preguntó si había tomado, me dijo que la camioneta olía a alcohol desde que me había subido. En la cima corrí hacia el precipicio, y sobrevolé la montaña y el lago totalmente aburrido y con algo de nauseas. Cuando finalmente caí a tierra me dije a mi mismo que la próxima si o si tenía que tirarme en paracaídas, que esto no había valido la pena.

martes, 18 de septiembre de 2012

Liquidar



Hacía unos diez días que me hospedaba ahí, usaba un cuarto de la casa, me cobraba apenas cincuenta y cinco pesos la semana. Lo había conocido en un bar, la noche que recién había llegado a la ciudad. El no traía gente nunca, estaba muy poco, pero a eso de los cinco días que estuve ahí se empezó a poner violento. Él vivía con su madre, una vieja de unos ochenta años, gorda, encorvada y en silla de ruedas que pronto empezó a tratarme como a un intruso, como a una cucaracha a la que había que aplastar. Yo ya había pagado dos semanas por adelantado y no quería irme, es una lástima haber tenido en cuenta el dinero, si me hubiera olvidado de esos  ciento diez pesos mugrosos , hubiese perdido mucho menos. Fue un viernes a la tarde cuando tuve una de las peores peleas, estaba cómodo escribiendo en mi cuarto cuando irrumpió sin avisar y empezó a insultarme, el aliento etílico empezaba a sentirse en el aire, y el alfeñique, flaco y débil como él solo, me revoleó una silla por la cara. La esquivé e inmediatamente me lancé encima de él, agarrándolo del cuello, ahorcándolo y sacándolo a patadas de mi cuarto. Luego le dije que no vuelva a molestarme, que si volvía lo surtía. Se levantó tragando saliva, con los ojos llorosos, y se fue. Desde ese día empecé a comer en mi cuarto hasta que una noche, muy amablemente, me dijo que me vaya o que simplemente llamaría a la policía y diría que le estoy intrusando la casa. Fue un buen movimiento ya que no había ningún recibo que diga que yo había pagado el cuarto. Iba a discutirle, pero antes de emitir una palabra apareció detrás de él un gordo rapado que daba miedo. Era una escena de bajo fondo total, ese raquítico miserable, con anteojos, casi vestido con harapos y el gordo atrás, pelado, con las venas de los ojos reventadas.

Tomé mis cosas para largarme y el gordo insistió en acompañarme hasta la puerta, le dije que no pero no hubo caso. Los dos idiotas parados y la madre desde la silla de ruedas reían maliciosamente, como si estuvieran perpetrando un crimen, hasta que el gordo me abrió la puerta y me empezó a seguir desde atrás. La casa del raquítico estaba detrás de otra que estaba sellada y abandonada, había que pasar por un pasillo para llegar a la reja de enfrente. El gordo pisaba duro detrás de mí, y empecé a sentir sus pasos cada vez mas cerca. No me pregunten por qué, pero por alguna razón tuve el impulso de darme vuelta en el momento justo, el gordo tenía preparado un alambre, como una cuerda de guitarra o algo así para ahorcarme, antes de que me lo pasara alrededor del cuello me di vuelta, empecé a forcejear con él, tuve el atino de darle unos buenos punta pies en la ingle con mis zapatos de obrero, cayó al piso y le empecé a dar duro en la cara.
 El gordo quedó tirado y yo estaba temblando, desbordado de adrenalina y de miedo. Quise correr hasta la casa y reventarlos a los otros dos, pero vi que el gordo se empezó a mover, buscaba algo en su campera y entré en pánico. Me abalancé sobre él y a los golpes lo revisé hasta palpar un arma. Fue inmediato, tres tiros en el estómago y otro de remate en la cabeza. Entré en pánico, iría a la cárcel. Pensé en que nadie me había visto, que desde que llegué al pueblo había estado la mayor parte del tiempo encerrado en el cuarto, tratando de escribir unas páginas entre interrupción e interrupción. Hice algunas cuentas, ellos serían, potencialmente, los únicos que podrían incriminarme por el asesinato, así que corrí hasta la casa del fondo, abrí la puerta y vi como los anteojos del raquítico se partían delante de sus ojos, vi como luego el torrente de sangre salía con fuerza de su cabeza sobre el piso sucio de tierra. Luego me acerqué a la vieja paralítica, estaba aterrorizada, sabía que tenía que matarla. Disparé y la bala le perforó la boca. Seguía ahí sentada, con los ojos abiertos, la mirada de terror y con la otra mitad de la cara desfigurada como si fuera un modelo vivo, o mejor dicho muerto, de una pintura de Francis Bacon.
El gordo estaba muerto, los testigos estaban muertos, limpié la pistola y antes de irme cerré el cuarto en el que me había hospedado, con llave. No se porque lo hice, sentí que si llegaba la policía era mejor que ese cuarto esté cerrado.

Destruí el arma y tiré los pedazos a diferentes alcantarillas. Estaba en una zona de suburbia, a apenas veinte quilómetros del corazón de la ciudad, luego de caminar sin parar durante una o dos horas me metí en un bar y pedí una cerveza y un whisky, me sentía afiebrado, medio mareado. El bar estaba muy bien, me pregunté si los policías ya habrían llegado a la escena del crimen mientras que una banda se subía al escenario y probaba sonido. Me quedé unas cuantas horas ahí, supongo que habré entrado a eso de la una de la mañana o algo así, al rato el lugar estaba lleno y sonaba la banda. Muy buena por cierto, mezclaban música pesada con blues, country y rock n roll, se movían entre esos géneros de forma original y frenética, las letras hablaban de asesinatos y la gente silbaba y aplaudía, pasándola de los mejor. Yo la pasé tan bien que recuerdo, en ese momento había olvidado todo el hecho. Estaba tranquilo, ya no sentía a la fiebre subiéndose a mi cabeza, estaba tan solo un poco borracho, pero bien. Hasta que una imagen me golpeó el cerebro. Era mi cedula de identidad, estaba entre los dos colchones de la cama, la había escondido porque temía perderla y luego de los asesinatos la había dejado ahí. La borrachera desapareció de golpe, el dilema empezaba a teñir mi mirada; si encontraban la cédula estaba muerto, terminaría en la cárcel. Por un momento pensé que por ahí no la encontraban, pero es un triple homicidio carajo, iban a dar vuelta esa casa, iban a romper las paredes y a levantar las baldosas si era necesario. Estaba perdido.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Indiegesta


Cuando yo te veo a la tarde
Nena
Me enamoro de vos
Saltando tarde de domingo
Nena
Y luces de crayón

Mi chica esta determinada
No se va mover
Ella me tiene tiene loco
Tirado en un papel


Y Cuando yo te vi a la tarde
Y me miraste, yo se
Te dije y yo soy tu espejo
O tu pantalla de  tv:

Yo
Quiero viajar especial
Con mi chica espacial.
Quiero viajar especial
Con mi chica espacial.

Vas a venir a jugar?

lunes, 20 de agosto de 2012

Etílico


Mis adioses eran de piedra, porque las aves negras gozaban siguiendo mi cuerpo desde las alturas. Soy la llamada del ignoto, justo antes de que la tragedia sucumba en él, atravesando su cuerpo y tiñendo su voluntad.  He sabido amar, he sabido saborear la traición, como un vagabundo que se contempla en un espejo y ve en contraste, al joven prometedor que alguna vez creyó ser.          
 Soy un trasmisor de los dioses, que funciona con el combustible que solo pueden impartir los demonios. Mi alma gobierna con su eternidad porque le enseñó a mi cuerpo a no molestar. No hablo el idioma de nadie, porque todos hablan el mío. Veo toda clase de tipejos al borde de la brillantez y los toco para empujarlos hacia la demencia. Me divierto con la debilidad ajena, porque amo repetir mi pequeña escena del crimen,  porque saboreo con ahínco sus llantos, sus gritos y sus rostros de desespero. Soy el que mata a tu hijo, el que le roba el alma a tu madre, el que ultraja el cuerpo de tu hermana, el que debilita a tu padre hasta hacerlo desaparecer. El puñal en la mañana, que revuelve tu garganta, manejado por mi mano; Si guardas un poco de silencio, escuchas mi risa casi muda que estremece tu espalda hasta partirla en llanto, por el dolor.

El desierto es casi tan robusto como la metrópolis, los bosques paralizados por el terror, aguardan el incendio Y vos, que sobre estos estas tan cayado, nunca veras como, a cada paso, tu universo interior está siendo quirúrgicamente saqueado.