lunes, 31 de mayo de 2010

Marte 2

Levanto mi arma por encima de mi posición y observo. Las bombas interestelares siguen cayendo en la arena roja y empiezo a darme cuenta que es poco lo que falta para que este planeta se transforme en un desierto lleno de cráteres. Se que voy a vivir, no falta mucho para llegar pero aun así es difícil que nuestra especie sobreviva. La última mujer de Venus fue erradicada hace mucho tiempo, y en este suelo de hombres el último laboratorio subterráneo de fertilización fue alcanzado por las bombas hace varios meses.
Asumo que no quedaremos muchos tampoco. Puede que el éxodo secreto hacia tierra sea el de unos pocos.
En tierra no hay guerras, solo pequeñas batallas por la supervivencia. Hace demasiado tiempo que nuestro mundo es uno de guerras, mis medallas relucen detrás del polvo rojo y no puedo imaginarme viviendo una vida que no sea esta: Las noches esplendorosas, el cielo violeta resplandeciendo de azules, verdes, amarillos y rojos por los misiles y los bombarderos interestelares. El merito de sobrevivir día a día en la peor de las destrucciones, cuando la mayoría de tus compañeros hace rato que murieron. El calor de la batalla, despertando y desarrollando todas las sensaciones y los instintos.
Esta no es una guerra para nadie, es simplemente un campo de batalla eterno y este planeta solo podrá ser reconocido por sus marcas de guerra. Todo indicio visual de civilización quedará destruido, dando lugar a un desierto de cráteres. Nuestro querido Marte, eje de conflictos entre galaxias, no será más que una roca roja e irreconocible. Los soldados extra martianos, invasores, víctimas de mi mira telescópica, han destruido toda posibilidad de vida. Quemaron Venus y nos despojaron de recursos primos pero sobrevivimos, y ya hace tiempo que transformaron este suelo en un desierto y nuestros túneles subterráneos en laberintos inhóspitos, donde libré las mas duras de mis batallas y donde perdí mas de una vez a gran parte de mis tropas, en las épocas que aun las teníamos.
Y ahora estamos los últimos, solos, viviendo lo único que conocemos. Nuestro campo enérgico guerrero está optimizado, no hay arma que pueda hacernos daño con facilidad y ellos lo saben. Por eso la destrucción entera, para que el tiempo haga lo que sus armas no pudieron hacer, erradicarnos.
Y vuelve a salir el sol, y mis ojos se transforman en pelotas plateadas mientras que mi casco de acero venusino se calienta en mi cabeza.
- No pueden destruirme - Me digo mientras elimino a otro extra martiano. Su eje corporal explota cuando muere y libera gusanos pequeños que en horas se transformarán en más soldados. Solo la lava, recurso primo de las entrañas de nuestro planeta, puede destruir a estas larvas. Así que tomo mi lanzador y escupo sobre ellas hasta desintegrarlas en un charco de magma súper hirviente.
Y no imagino otra vida que esta. Pero ya no tengo posibilidades de morir, me queda mucho tiempo y Marte dejará de existir como tal. Tierra parece ser mi próximo destino, donde aparentemente no habrá amenazas grandes, ni guerras grandes. Un planeta tan extraño y rico, y tan primitivo. Quizá aprenda algo ahí, lejos del calor de la batalla y de los bombardeos. Supongo que es solo cuestión de tiempo. Mientras, voy a explotar esta vida que se agota rápidamente, derribando naves enormes, destruyendo y burlando al enemigo, que no logra tenerme muerto.

El soldado solitario levanta su mirada plateada hacia el sol, mientras frente a él cae otra nave enemiga. Los extra martianos siguen reventando desde su mira telescópica y la lava se encarga del resto. Y el planeta tierra reluce en la distancia, como una estrella no tan lejana.