Debajo de la sombra de su
acto, caminó para ocultarse. La luna lo iluminó toda la noche, al borde de la
ruta y luego por entre los árboles del bosque. Sentado en una pulpería, en una
esquina, tomando legui se agarra la cara, para ahuyentar las lágrimas que
tratan de asomarse en pleno lamento.
“Tome Branca” dice una publicidad vieja, en un espejo. Sus ojos
brillantes, el rostro pálido, reflejándose por entre las letras del cartel,
sentado él al lado de la ventana, con el desierto como paisaje.
Dentro de la pulpería lo
acompañan tres personas; Una señora vieja y obesa detrás de la barra, un viejo
sucio de ojos celestes y bigote pálido tomando vino y mirando el noticiero, y
un mochilero comiendo fideos y usando su celular. Pero él no puede ver a nadie,
lentamente se sumerge en su mirada, apretando el vaso y los dientes con fuerza,
tragando licor dulce, quemando la angustia que sube. Cae en una laguna de imágenes; Botas
marchando, un puñal manchado con sangre, un crimen atrás de otro en la pantalla
de televisión. Helicópteros con mercenarios privados sobrevolando los desiertos
del oriente medio, disparando sus M240 por las ciudades y los desiertos,
flameando una bandera, de un país que ya no existe. Mujeres secuestradas en el
caribe, drogadas y noblemente violadas. Submarinos que transpiran sangre,
cargados de cocaína, saliendo del golfo de México. Soldados franceses, tirando
agua sobre civiles en los sótanos de Argelia, conectados a cables pelados.
Prisioneros tirados en el suelo, chupándose el dedo y llorando como niños en
Guantánamo, un gran estadio chileno repleto de cadáveres apilados. El Malleus
Maleficarum, el Kubark, la policía de ocupación y las brujas quemadas. Las señales expiatorias y discriminatorias,
que anticipan en las diferentes sociedades, mediante discursos y pantallas, las nuevas masacres; Para sostener el orden
social, para mantener el verticalismo ancestral y patriarcal una vez más. El
ardid espiritual, que roba todo el potencial del ser humano material, y en su
lógica absurda miente, diciendo que este potencial es divino y celestial. Y el
dios ladrón, pillo, inexistente, como solución a la esclavitud, a la
infelicidad terrenal.
Vuelve lentamente, por entre las
letras viejas del espejo se encuentra con sus ojos, rígidos y temblorosos.
Se levanta, paga la cuenta de
manera automática, camina unos pasos y saca de su bolsillo el arma homicida,
ensangrentada. Delante de él la ruta que se avecina por el camino de tierra,
los arbustos secos y el horizonte celeste.
El viento sopla fresco, guarda
el puñal, se agacha y en su lamento, besa la tierra a la que hirió. Llega a la
ruta y la empieza a bordear. Y la culpa pincha su espalda como un insecto
metálico, que camina clavando sus aguijones, provocándole escalofríos
dolorosos, envenenándolo cada vez, una vez más.
Figura insignificante, en el
horizonte extenso y pelado. El espíritu caminante y fugitivo, tatuado con la
marca de la conciencia, por el borde filoso de la libertad y del castigo.